FLINGAR IMPERIALIS

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Las Guerras Vampíricas II: Llegan los Elfos de Tyrion





De las Crónicas de Flingar, Tomo 43, Episodio XXI




Con las tropas de Dugg-Nar Señor de los Tatuajes en retirada se vivió un breve alivio en tierras de Flingar. Inmediatamente se volvieron a atender las cosechas y las fábricas, los criaderos y los aserraderos; y tanto la ciudad-estado de Flingar como sus suburbios y pueblitos periféricos retomaron una relativa tranquilidad. 






Vista de la ciudad de Flingar, capital de Flingar Imperialiis



Sin embargo, no duraría mucho. Dos meses después de la batalla empezaron a llegar reportes extraños sobre avistamientos en los pueblos linderos. Los campesinos manifestaban haber visto criaturas blanquecinas rondando sus campos, paseando su palidez bajo la luna; a veces comían gallinas vivas, otras veces mordían a las vacas y bebían su sangre. Tiempo después, causó gran alboroto la llegada de un legendario cazador de vampiros de apellido Setrakian quien trajo malas noticias: 



Desde el este, un poder ominoso se había elevado; vagando sin forma ni sustancia por los campos; era una inteligencia primitiva que fue ganando poder, algunas leyendas dicen que se trataba de un vampiro legendario que había desencarnado y vagaba entonces sin forma; lo cierto es que en las noches más oscuras, una sensación de horror primario descendía sobre aquellos que andaban por los caminos y sus sueños estaban plagados de pesadillas espantosas; este poder finalmente tomó forma corpórea y encontró en una vieja torre ruinosa su morada. Allí levantó primero blancas formas esqueléticas desde un cementerio local y luego llegó a sus garras una copia del libro prohibido con el cual jugueteó con las arcanas artes de la nigromancia; obtuvo así sus primeros zombies en una noche nublada de otoño. Las lluvias y las cuevas cercanas le aportaron murciélagos y arañas que vivieron gustosamente junto a él, en su torre maldita que ahora se llamaba Tierras Marchitas; el día fatídico halló su camino una piedra venida del espacio, un meteorito que tras recorrer distancias siderales se estrelló en las cercanías. Dentro del meteorito, una gran piedra negra tan oscura que refulgía se mostró ante él, y ambos hablaron en un lenguaje olvidado; y entonces fue que recibió su nombre: en lo sucesivo sería conocido como Nekros, el Vampiro Inmortal.






La torre de Nekros, el Vampiro Inmortal, en las Tierras Marchitas





Descubrió entonces Nekros el campamento de los orcos, y en una noche especial apareció ante Dugg-Nar, en la fogata y su sombra fue tremenda; el orco tomó su hacha pero el vampiro lo convenció con sutiles palabras; le mostró imágenes de sus huestes de guerreros y le dijo que juntos podrían marchar contra los humanos; a cambio pidió poco, casi nada: apenas unos pocos trolls a los que sacrificaría para su más reciente experimento necromántico: Trolls Zombies. Dugg-Nar meditó unos instantes y luego rió salvajemente; Nekros sonrió complacido, se transformó en un murciélago y volvió a Tierras Marchitas. 








El pintoresco campamento de los Orcos, que habían detenido su retirada de las tierras imperiales y aguardaban ser mas en número. 





Tales noticias calaron hondo entre los flingardianos, que todavía no se habían recuperado de la anterior batalla, y peor fue cuando unos cazadores volvieron lastimados, manifestando haber sido capturados varios de ellos por las partidas de guerra de Dugg-Nar, Señor de los Tatuajes; al parecer estos orcos no se habían retirado del todo, y acampaban en las ruinas de Norland, ciudad anteriormente aliada de Flingar. Los orcos crecían en número con los días, y las fuerzas de los imperiales no alcanzaban para atacarlos. Todo esto puso a la opinión pública de muy mal humor y se exacerbó al saberse que un nuevo líder orco se había unido con Dugg-Nar, se trataba de Korleon, un orco joven que aportó sus huestes al esfuerzo bélico orco; estaban por tanto rodeados los flingardianos; se despacharon de inmediato embajadores a otras ciudades-estado para pedir ayuda ante lo que se percibía como un asedio inminente. 



Poca ayuda recibieron los imperiales: Hans, antiguo aliado de Flingar, estaba hasta el cuello en una guerra de desgaste contra otros orcos en el norte; de Halls, el líder de Dubnia, no se tuvieron noticias; otros tres embajadores volvieron con las manos vacías y hubo dos que nunca regresaron. 



Acongojados, los flingardianos tuvieron que prepararse para lo peor; con amargura cantaron entonces los poetas mientras tomaban la espada, con desesperación lloraban las mujeres mientras los hombres abandonaban el pueblo natal; las acerías trabajaron día y noche, se acopió la pólvora, las balas de cañón, el coraje. Los días pasaron desabridos, tensos; las noches fueron oscuras y aterradoras; el amanecer del quinto día lo cambió todo. 








Sorpresivamente, llegaron Elfos


Desde el sur, ondeando pabellones azules y blancos y con el fulgor de mil soles reflejado en sus armaduras, llegaron los elfos. Venían con sus caballos y a pie, y marchaban de forma sincronizada y elegante por los verdes campos flingardianos; por los pueblos pasaron y dejaron pan de lembas ante los atónitos pueblerinos, y todos los que comieron aquel alimento legendario inmediatamente estuvieron contentos, y la amargura de las últimas semanas se evaporó de sus corazones; los elfos llegaron finalmente y las puertas de Flingar se abrieron para ellos, y tras pasarlas avanzaron varios kilómetros y en una plaza formaron bajo el sol y uno de ellos dijo: “Humanos! Desde el sur venimos en navíos de plata, porque salimos desde la lejana y bella Tyrión, la ciudad-isla inmortal, y hemos atravesado los océanos para estar precisamente aquí, precisamente ahora”. El silencio era atronador. El elfo, cuyos ojos grises y penetrantes se mantenían calmos, continuó: “Mucho tiempo hemos languidecido ya tras las seguras murallas de Tyrión mientras la maldad corrompía el mundo; por eso hoy hemos venido, por eso pronto lucharemos y si hay que morir, moriremos; porque el Árbol Blanco de Tyrión se ha marchitado hace tiempo, como nosotros, y tenemos que encontrar la forma de revivirlo y darle así nuevos bríos a nuestra gente. Pueblo de Flingar, la hora ha llegado, la hora de blandir las armas juntos, de luchar y de acabar con la maldad en el mundo!”. Desde los cielos, escondido entre nubes redondeadas, un bramido atronador restalló en la tarde, y un gigantesco dragón élfico rodeó la ciudad en un vuelo majestuoso. Esa misma noche, los elfos acamparon dentro de la ciudad, y en las colinas lejanas podía escucharse el avance de los tambores de guerra orcos.

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